Por: Guillermo Alvarado
Un debate recorre por estos días los amplios salones políticos de varias capitales en el viejo continente, pero no tiene que ver para nada con las próximas y cruciales elecciones para el Parlamento Europeo, ni la salida del Reino Unido del bloque continental, sino con un jugoso y sucio negocio: la venta de armas a Arabia Saudita que le permiten continuar su guerra contra el pueblo de Yemen.
Como todo el mundo conoce, desde principios de 2015 el reino saudita comenzó atroces bombardeos contra puertos, ciudades y obras de infraestructura que hasta el momento han dejado unos diez mil muertos y más de 20 millones de damnificados para supuestamente apoyar al gobierno del presidente yemenita Abd Rabbo Mansur Hadi en su lucha contra rebeldes hutíes.
Para llevar a cabo esta guerra cruel e innecesaria, que ha causado la más grave crisis humanitaria de los últimos tiempos, Arabia Saudita cuenta con el beneplácito de las principales potencias occidentales que, ni lentas ni perezosas, han puesto a su disposición sus bien surtidos y caros mercados de armas.
El jugoso negocio, que ha implicado gastos para el país árabe de entre decenas y cientos de miles de millones de dólares, según las fuentes, y ganancias proporcionales para los fabricantes de armas cada vez más sofisticadas, se ha visto, sin embargo, obstaculizado en los últimos meses por la decisión del gobierno alemán de aplicar un embargo a las ventas para el régimen saudí.
El primer tramo de este embargo ocurrió a partir de octubre de 2018, tras el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en la embajada de Ryad en Turquía y recientemente se confirmó en Berlín la prolongación por otros seis meses.
No se crea que detrás de este gesto hay razones humanitarias, ni por Khashoggi, ni por los millones de víctimas yemeníes en la guerra, sino que se debe a profundas diferencias políticas entre las dos fuerzas que sostienen a la canciller federal, Ángela Merkel, a la cabeza del gobierno, los social demócratas y los demócrata cristianos.
En todo caso, la posición alemana ha disgustado profundamente a sus socios europeos, en particular a Francia, Reino Unido y España, porque sus respectivas industrias militares están interconectadas y dependen unas de otras en la fabricación de componentes para llegar a un producto final.
Por citar un ejemplo, los aviones A330 MRTT de reabastecimiento en vuelo, se fabrican en la planta de Airbus de Francia, se adaptan en España, pero utilizan muchos componentes alemanes, por lo que no se le pueden vender a los saudíes.
Lo que es una verdadera lástima es que la discusión esté centrada en aspectos comerciales y técnicos y en el afán de ganar más dinero, pero que ni en París, Madrid o Londres se haya abierto jamás un debate sobre la ilegalidad de la guerra en Yemen, ni las cuantiosas violaciones a los derechos humanos que se cometen todos los días utilizando armas europeas y estadounidenses vendidas a Ryad.
Los grandes empresarios lloran porque ven bajar la tendencia de sus ventas, pero nadie derrama una lágrima por los niños yemenitas que mueren por una bala, una bomba o una enfermedad causada por la guerra. Vaya mundo.