Por: Guillermo Alvarado
Mientras la atención está centrada en otros asuntos, como la guerra comercial de Estados Unidos con China o la intromisión del imperio norteño en el proceso de divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea, el presidente Donald Trump avanza solapadamente en la construcción del muro fronterizo con México.
Uno de sus últimos logros fue que la Secretaría de Defensa autorizara el desvío de tres mil 600 millones de dólares para levantar unos 280 kilómetros de la barda que, supuestamente, pondrá fin al ingreso de migrantes indocumentados y servirá también para detener el trasiego de estupefacientes, de los que está ávida una parte de la sociedad estadounidense.
El uso del dinero del Pentágono para este irracional proyecto había sido cuestionado ante la justicia, pero en julio la Corte Suprema autorizó ese desvío de recursos.
Son más de tres mil kilómetros los que separan a Estados Unidos de su vecino, México, y el jefe de la Casa Blanca se propone tener terminada poco menos de una tercera parte de este muro para cuando esté en pleno auge la campaña electoral con vistas a los comicios de noviembre de 2020.
Detener la migración indocumentada es uno de los principales temas del discurso de Trump para conseguir los votos que le conduzcan a un nuevo período en Washington.
Para lograrlo profiere una serie de insultos contra los sin papeles que intentan entrar a ese territorio, además de llenar de miedo a una población políticamente inculta e ingenua, que se cree de verdad que los migrantes van a robarles sus empleos, violar a sus mujeres e hijas y venderle drogas a sus hijos.
Trump tiene una base electoral cautiva en esa masa de ciudadanos que no leen, no están habituados al análisis, creen pies juntillas lo peor de lo que ofrecen los medios de comunicación y suelen tener pavor de lo desconocido o diferente.
Son millones los que, incluso sin ser necesariamente racistas, consumen el discurso xenófobo de Trump y se van habituando a ver al migrante como una amenaza, un enemigo al que hay que evitar a toda costa.
Es para ellos, y no para los que buscan una nueva vida en el reputado “país de las oportunidades”, que está dirigido el muro en la frontera.
No se edifica para detener a los migrantes, sino con el propósito de acomodar el voto del “ciudadano medio estadounidense”, ese que de manera magistral dibujó Sinclair Lewis en su novela Babbitt, de urgente relectura en estos tiempos.
Habría que recordarles esa sentencia expresada no hace mucho tiempo por el papa Francisco, que quienes quieren muros para detener a los demás, por lo regular terminan encerrados por las mismas bardas que edificaron, llenos de miedo hacia lo que hay afuera.