Por: Roberto Morejón
La retirada de tropas de Siria anunciada estridentemente por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se cumplió parcialmente, al dejar centenares de soldados y equipamiento militar en campos petroleros.
Con el argumento falaz de que ordenó la permanencia de uniformados en Siria para evitar que los terroristas se apoderen de los yacimientos, Trump trató de crear una cortina de humo para garantizar el control de los enclaves.
Hablamos de pozos situados cerca de los campos petroleros de Rumeilán, en el norte de Siria, al que pertenecen esos recursos naturales.
Mientras afirma proteger los emplazamientos de hidrocarburos de la incursión del autodenominado Estado Islámico hoy en decadencia, el magnate inmobiliario confiesa sin pudor esperar ingresos millonarios provenientes del petróleo sirio.
En el colmo de sus afanes de saqueo, el primer mandatario republicano señaló estar interesado en llegar a un acuerdo con compañías petroleras, entre ellas Exxon Mobil, para -dijo- distribuir la riqueza.
Con razón el presidente sirio, Bashar al Assad acusó a Donald Trump de querer robarle el petróleo al país árabe.
El gobierno ruso fue más allá al calificar las confesiones de Trump sobre el llamado oro negro del norte de Siria como un acto de “bandolerismo estatal internacional”.
Es cierto que hasta ahora las principales beneficiarias de la moderada extracción de petróleo del lugar referido son las fuerzas kurdas, pero la presencia estadounidense en la zona le permitirá imponer su égida.
Para los inquilinos de la Casa Blanca también representa un factor importante impedir que el gobierno de Bashar al Assad tenga acceso a los yacimientos norteños, pues ayudaría a la reconstrucción de una economía castigada por los terroristas, apoyados por otros países.