San Salvador, 2 may (RHC) En medio de la crisis desatada por el Covid-19, El Salvador ha vivido el súbito resurgimiento del virus de la violencia, producto de actuación de las pandillas: 74 muertos en cuatro días, muchos más que los 10 causados por la pandemia, hasta ahora.
La repentina escalada de la violencia pandilleril, entre el viernes 24 y lunes 27 de abril, rompió con un largo periodo de calma relativa en cuanto a los homicidios cometidos por estas bandas, pero sobre todo por la Mara Salvatrucha MS-13, que sería la responsable del repunte.
No se tiene del todo claro por qué se dispararon los asesinatos en esas fechas, y por qué justamente en medio de la pandemia. Pero los analistas hacen hipótesis.
La Jornada habló con dos analistas y una activista de derechos humanos, y los tres coincidieron en que las pandillas, pero sobre todo la MS-13, la de mayor fuerza y presencia en el país, está enviando un mensaje a Nayib Bukele, que publicita la idea de que la baja de los crímenes es producto de su Plan de Control Territorial.
El recado es que ellos, los homeboys, aún controlan el territorio y si los índices de homicidios se habían mantenido a la baja no era por ese plan gubernamental, sino porque ellos así lo habían querido, probablemente esperando una respuesta más inclusiva de Bukele, quien asumió la presidencia en junio de 2019.
El incremento de los homicidios desmiente el éxito, muy publicitado, del Plan Control Territorial, y pone en evidencia que grupos del crimen organizado (de los que forman parte las pandillas), no han perdido su presencia en comunidades ni sus capacidades de acción y control territorial, dice Celia Medrano, directora de Cristosal, una organización de derechos humanos en El Salvador.
Antes del frenesí violento del fin de semana pasado, el país mantenía un promedio de tres asesinatos diarios, una diferencia abismal si se compara con 2015, el año más sangriento, que cerró con 6 mil 670 homicidios, un promedio de 24 homicidios diarios, es decir, 103 por cada 100 mil habitantes. El país se colocó, tristemente, entre los más violentos del mundo.
El analista Mario Vega, un pastor evangélico que ha dado seguimiento al tema de las pandillas, dice que la baja paulatina en los homicidios fue una decisión tomada por esos grupos desde que se dieron cuenta, en 2015, que el enfrentamiento directo con el ejército y la policía les generaba bajas e inestabilidad en sus comunidades.
Esa decisión buscaba protegerse a sí mismos, pues el enfrentamiento les producía muchas bajas. En segundo lugar, los territorios están bien definidos y las estructuras de extorsión funcionan sin complicaciones dentro de esos territorios, eso llevó a que no se atacaran mutuamente entre pandillas, y surgió un enemigo común: la policía y el ejército, explica Vega.
Pero hacerle ver al presidente que ellos aún mantienen el control de los territorios no lo explica todo.
El analista Paolo Lüers cree que al llegar Bukele al poder, las pandillas esperaban alguna muestra de mayor receptividad del nuevo mandatario y no las políticas de mano dura impulsadas por las administraciones de Arena (1989-2009), ni del FMLN (2009-2019).
Se crearon expectativas y en virtud de ello mantuvieron la baja de los asesinatos, sin que se sepa exactamente, agrega Lüers, cuáles eran las acciones que esperaban del presidente. Pero cree que tenían que ver con mejores condiciones en las cárceles donde muchos están recluidos.
Las expectativas incumplidas venían generando conflictos internos dentro de la MS-13. Y en algún momento, el equilibrio dentro de la pandilla se rompió, añade.
Se calcula que entre la MS-13 y el Barrio 18, dividido por luchas internas de poder en dos facciones, los Sureños y los Revolucionarios, conforman un ejército de entre 60 mil y 70 mil miembros.
El presidente Bukele, luego de conocerse el alza desmedida de asesinatos, ordenó el sábado 25 de abril, por medio de su cuenta de Twitter, endurecer las medidas e imponer aislamiento en las siete cárceles donde hay pandilleros recluidos, como una forma de castigo. (Fuente: La Jornada)