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Por: Guillermo ALvarado
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, convocó a la celebración en diciembre próximo de una cumbre virtual sobre la democracia, cuyas discusiones girarán en tres temas, la defensa contra el autoritarismo, la lucha contra la corrupción y la promoción de los derechos humanos.
No se sabe, aunque se adivina, quienes serán los invitados al glamoroso encuentro y tampoco hay detalles todavía de la agenda precisa que se les propondrá, por lo que es provechoso recomendarle al gobernante y su equipo de colaboradores una lista de temas que no deberían faltar en la cita.
Como es de elemental cortesía empezar por casa, le sugerimos a Washington analizar en público, con profundidad, honestidad y valor las consecuencias del genocidio cometido contra los habitantes originales de eso que hoy se conoce como Estados Unidos del Norte de América.
Cuando los primeros colonos llegaron a ese territorio, ya estaba habitado por pueblos, a los que llamaron tribus, cuando les convino les dijeron naciones, y ahora los congregan bajo el apelativo de aborígenes.
Estos grupos tenían su propia forma de organización social, con una autoridad voluntariamente acatada, poseían idioma, religión y cultura, de la que todavía quedan muestras en su pintura, música, gastronomía, vestidos y danza.
Además practicaban una economía local adaptada a su condición de vida nómada e interactuaban, bien o mal, con pueblos vecinos, todo ello elementos del difuso y a veces contradictorio concepto de “democracia”.
Nada de eso fue respetado por los advenedizos que se dedicaron sistemáticamente a exterminarlos para apropiarse de su principal riqueza, el territorio, sobre el cual se edificaron los cimientos de la primera potencia económica y militar del mundo.
Groseramente y para justificar el genocidio, los calificaron como salvajes y emprendieron contra ellos cientos de guerras. Como vergüenza y ejemplo al género humano, quedan los nombres de masacres perpetradas con crueldad.
Este modelo de dominación estuvo basado en el racismo y la discriminación desde los primeros momentos. Se les segregó bajo el calificativo de “pieles rojas”, distinto e inferior a los blancos, sus ropas, lengua y costumbres fueron objeto de mofa y lo son todavía.
No se les consideró ciudadanos, por lo tanto carecían de derechos, se les encerró en “reservaciones” donde miles murieron de hambre y enfermedades y todavía hoy pertenecen a una escala inferior en esa sociedad.
Rendirles tributo, pedirles perdón, compensar a los sobrevivientes, serían gestos apropiados si se habla de luchar contra los autoritarismos y proteger los derechos humanos. He aquí un primer aporte a la discusión.