el Estado y la Iglesia dirigieron un sistema escolar dedicado a erradicar las culturas originarias del país.
Por: Guillermo Alvarado
Ofrezco mis excusas por la dureza del título de este comentario, pero esa frase, “matar al indio en el niño”, describe con claridad uno de los etnocidios más brutales perpetrados en la historia de nuestro continente, del que poco a poco se van conociendo más detalles.
Fue bajo el amparo de esa idea que en Canadá se aplicó durante más de un siglo una política de “asimilación”, que consistió en borrar por métodos innobles los rasgos fundamentales de la cultura indígena, idioma, historia, costumbres, espiritualidad y vida comunitaria en cientos de miles de niños.
En ese sistema participaron funcionarios del Estado, políticos, congregaciones de la iglesia católica, y en menor medida de la metodista, y habría hecho palidecer de envidia a Adolfo Hitler y los seguidores de la “solución final” contra los judíos, gitanos y otros pueblos considerados inferiores.
Los infantes fueron arrebatados a sus comunidades –por ley desde 1920 no se requería consentimiento de sus padres- y conducidos a las Escuelas Residenciales Indígenas, donde al nada más llegar perdían todo, incluido su nombre que era sustituido por un número.
Utilizar su lengua originaria, reconocerse entre ellos o mostrar cualquier forma de cultura ancestral acarreaba duros castigos.
Las mal llamadas escuelas eran centros de maltrato masivo, abusos sexuales y laborales, presiones psicológicas y físicas equiparables a la tortura y miles de niños murieron y fueron enterrados clandestinamente.
Entre 1890 y 1997 unas 130 “residencias” de este tipo funcionaron en Canadá y en ellas fueron recluidos de 150 mil a 200 mil pequeños y si bien se hablaba de lo ocurrido en ellas, no fue sino hasta el descubrimiento de las primeras tumbas que el escándalo sacudió a la sociedad canadiense.
Hace unos días los restos de unas 93 sepulturas más sin identificar, ubicadas en una misión católica en la Columbia Británica, abrieron de nuevo las heridas de este episodio vergonzoso para Canadá.
Aunque el actual y el anterior primer ministro, Justin Trudeau y Stephen Harper, respectivamente, pidieron disculpas y algunos obispos, no todos, lamentaron los hechos, todavía no hay un pronunciamiento oficial del Vaticano por la vinculación de la iglesia católica con tales crímenes.
El jefe tribal Willie Sellars denunció que autoridades religiosas, el Gobierno federal y la Policía Montada de Canadá engañaron a la opinión pública sobre lo que estaba ocurriendo en los internados e, incluso, dijo, hubo funcionarios que destruyeron documentación al respecto.
Muchos de los sobrevivientes jamás superarán el daño sufrido y sus vidas rotas apuntarán a una sociedad que debe asumir este dolor como parte de su historia colectiva, no existe otra alternativa.