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Captura de pantalla de Buscalibre
Por: Guillermo Alvarado
Fue noticia recientemente el hallazgo de documentos donde estaba demostrado que la tenebrosa Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, CIA para más señas, utilizó el territorio de México para espiar a otros países, así como a dirigentes políticos, sindicales y sociales de ese país.
En realidad, no se trata de algo nuevo o insospechado, pues siempre se supo que durante varias décadas de la segunda mitad del siglo pasado la estación más grande de esa agencia estuvo en la tierra de Benito Juárez donde tenía bajo observación a miles de personas y organizaciones políticas.
En los años 60, la CIA mantenía colaboración con el entonces jefe de la Dirección Federal de Seguridad, Rodolfo Echeverría, padre de Luis Echeverría quien luego sería presidente de la nación latinoamericana.
Hasta su desaparición varias décadas después, la Dirección Nacional de Seguridad funcionó como un órgano de inteligencia con facultades paralelas a los aparatos policiales y judiciales que mantenía centros de detención clandestinos a donde iban a parar opositores y activistas.
Durante los años 70 y 80, cuando en la región proliferaron movimientos de liberación nacional, la CIA jugó un papel mucho más activo desde ese país.
Una parte de los documentos revelados recientemente y descritos por el diario mexicano La Jornada, revelan que la vigilancia también se extendió a personalidades mexicanas, como el expresidente Lázaro Cárdenas, quien nacionalizó el petróleo para beneficio de su país.
En el listado también se incluyen el dirigente político Vicente Lombardo Toledano, el pintor David Alfaro Siqueiros, uno de los grandes muralistas de México y el periodista de origen español Víctor Rico Galán.
Los documentos vienen a demostrar cuánta razón tenía el excelente investigador y columnista Manuel Buendía, quien durante años publicó la columna Red Privada, donde abordó diversos temas, entre ellos el papel camaleónico de la CIA en su país.
Tanto llegó a descubrir Buendía, que el 30 de mayo de 1984 cuando salía de su oficina en el cruce de las avenidas Reforma e Insurgentes fue asesinado de varios disparos hechos por la espalda.
Como autor intelectual del crimen fue procesado José Antonio Zorrilla, cabeza de la Dirección Federal de Seguridad, y como ejecutor material a Juan Rafael Moro, agente de esa entidad, aunque muchos cabos quedaron sueltos.
La Fundación Buendía recopiló y publicó en varios libros temáticos los artículos del periodista, uno de ellos titulado La CIA en México, que es un excelente material de estudio a pesar de los años transcurridos.