Por: Guillermo Alvarado
Sin nada nuevo que aportar a los agudos problemas económicos y financieros del mundo, cerró sus puertas el Foro de Davos, considerado por algunos como un espectáculo social, algo así como una pasarela donde se exhiben los más ricos, en lugar de ser un encuentro de análisis y discusión seria sobre la realidad.
Según el académico Andre Spicer, “Davos es como la semana de la moda de París para el mundo corporativo. La diferencia es que no exhiben trajes, sino las modas del entorno de los negocios”.
Es en este lugar, donde es más importante dejarse ver y, si es posible, hacerse oír, que gobernantes, magnates y especialistas hablan sobre los grandes temas de la actualidad, como la vertiginosa caída del precio del petróleo, el galopante desempleo y las oscuras perspectivas económicas para los años venideros.
Davos exhibió este año el pomposo lema la “Cuarta revolución industrial”, pero en realidad la mayor parte del tiempo se dedicó a asuntos más espinosos, como la oleada de refugiados que inunda a la Unión Europea, y para la cual no existe ninguna respuesta sensata hasta el momento.
Una escasa luz sobre esta crisis la arrojó el ministro alemán de Finanzas, quien en un arranque de clarividencia propuso invertir millones de euros en las regiones de las cuales provienen los inmigrantes, para “ayudar a reducir la presión en las fronteras exteriores de Europa”.
El asunto no pasó a más y el tema de los millones de seres humanos apiñados en las puertas del llamado viejo continente sigue allí, sin variación alguna, mientras gota a gota aumenta el número de fallecidos en las costas.
Los poderosos del mundo también tuvieron oportunidad de conversar sobre algo que les quita el sueño, como es la expansión del terrorismo, cuya cabeza más visible es el autodenominado Estado Islámico.
Más allá de expresar su preocupación, los reputados líderes mundiales del capitalismo no lograron un consenso sobre el combate a este azote, que pasa por eliminar sus causas, en particular las intervenciones de occidente en el Oriente Medio, la proliferación de armas y otros equipos bélicos y el flujo de capitales que alimentan a los grupos irregulares.
Terminó Davos y el mundo sigue tan desigual como antes, y las perspectivas son para empeorar, habida cuenta de las proyecciones sobre la pérdida de siete millones de empleos en los próximos cinco años, como consecuencia de los ajustes en las economías más grandes del momento.
Lo que fue relevante en esta edición del foro fue el extraordinario despliegue militar para garantizar la seguridad en ese enclave de los Alpes suizos, de donde hasta el día de hoy jamás ha salido ninguna solución para los problemas reales de la gente.
En esto también Davos se parece a un desfile de modas. La economía de la que se habla allí no tiene nada que ver con la de las personas comunes, igual que los trajes que pasean por las pasarelas, son muy distintos a la ropa cotidiana. Son, en definitiva, dos universos diferentes que cada vez hablan un lenguaje más distinto.