La Habana, 1 nov (PL) Ya no hay historias para los viejos, me confesó sin amarguras Reynaldo Miravalles la lluviosa tarde que recibió a Prensa Latina en su casa del Vedado habanero, la misma donde ayer falleció a los 93 años de edad.
Por entonces era noticia su regreso a casa, para filmar justamente una película centrada en la tercera edad, la última en una vasta trayectoria que incluyó clásicos como Las 12 Sillas, El Hombre de Maisinicú o Los Pájaros Tirandole a la Escopeta.
Esther en alguna parte significó su reencuentro con el cine cubano, asumiendo ya nonagenario el personaje que Gerardo Chijona concibió siempre pensando en él, en su carisma y esa expresividad gestual cada vez más rara, y por ende, valiosa.
"Nadie va al cine a ver a la tercera edad, ni siquiera los americanos. Esta película estaba hecha para nosotros, y le agradezco a Chijona haberse acordado de mí", me comentó el intérprete, sin saber aún cómo sería recibida la cinta.
El éxito fue total, más allá de la calidad de la historia y la realización, pues tocó fibras sentimentales de una nación que creció venerando al intérprete de otros personajes memorables, como Melesio Capote o el rancheador Domingo Carmona.
La noche de la premier fue ovacionado en el capitalino Cine Chaplin como el gran campeón que fue, y al año siguiente el Festival del Nuevo Cine Lationoamericano lo honró con el Premio Coral de Honor por su aporte a la cultura nacional.
Se fue, sin embargo, sin recibir un más que merecido Premio Nacional de Cine, si bien ganar tal galardón nunca le quitó el sueño, porque se sabía querido y respetado por el público y sus colegas del gremio.
Aquella tarde habló del guajiro Melesio y cómo lo concibió filmando en la sierra del Escambray, de su pasión beisbolera de almendarista convertido al industrialismo, y del placer de sentirse un ser humano normal, un cubano sencillo.
Conocido por su versatilidad, señaló que cada papel entraña un conflicto, una actitud que le toca al actor desentrañar, y en el caso de "Esther...", la película estaba tan bien escrita, que le fue fácil de aprender, y la conversación fluye.
Tras una década viviendo con su familia en Estados Unidos, Miravalles venía con cada vez mayor frecuencia a su tierra natal, porque siempre dejó claro que podía vivir en cualquier país del mundo, pero su Patria era Cuba.
De hecho, aquí nació y aquí murió, aunque vivirá por siempre en tantos personajes que forman parte del imaginario popular y la educación sentimantal de generaciones de cubanos, que hoy lloran a un auténtico titán de la cultura nacional.
Miravalles, adiós a un gigante de la cultura cubana
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