Fidel y Raúl, comunión de ideas

Editado por Martha Ríos
2017-09-07 14:19:43

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Imagen tomada de Cubadebate

Por Eusebio Leal*

He leído con meditado detenimiento las páginas de este libro que contiene fragmentos de 86 discursos, intervenciones y declaraciones de Raúl Castro Ruz sobre distintos aspectos de la política internacional, la realidad de Cuba en ese contexto, el desarrollo económico y social del país y la trascendencia del pensamiento revolucionario.

En la introducción, el joven analista e investigador nos presenta una visión esencial de la ascendente fuerza y arraigadas convicciones de aquel a quien las circunstancias de una vida señalada desde su primera juventud por su vocación de rebelde, lo unieron a Fidel no solo por lazos fraternos sino por comunión de ideas.

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A un año de que se celebrara el centenario del nacimiento del Apóstol José Martí, el golpe militar batistiano fue, como se diría en buen cubano, ponerle la tapa al pomo.

Un año antes, otra promesa honorable, Eduardo Chibás, llamado el Adalid, había consumado el suicidio un 16 de agosto de 1951, cerrando lo que podía ser una salida, una posible solución política, si bien caótica e
incoherente por la diversidad de elementos que nutrían su partido.

A estas alturas Fidel se hace más visible, luego de su forja como líder universitario y escritor cuyo pensamiento excede las páginas del manifiesto. Sus artículos en la prensa ganan popularidad al tiempo que se fragua una vanguardia selecta y aguerrida, punta de lanza de la Revolución.

De la Colina universitaria descenderán los jóvenes en abril de 1952 para el simbólico entierro de la constitución democrática pisoteada por el usurpador. Y ahí aparecerá públicamente el joven abanderado, Raúl, que en marzo de 1953 viajará a Europa para participar en la Conferencia Internacional sobre los Derechos de la Juventud, a celebrarse en la ciudad de Viena.

Me parece escuchar hoy su narración de ese periplo que muchos años después supera con el calor de la palabra viva lo que hemos leído de sus testimonios. Su azaroso itinerario le lleva a Bucarest donde se preparaba el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, y al regreso descubre la ciudad de París donde apenas 82 años antes, los comuneros habían intentado tocar el cielo con las manos.

Las mismas calles por las cuales transitaron los belicosos rebeldes de la denominada Era de la Revolución, entre 1789 y 1848; la urbe también descrita por Martí en su opulento esplendor.

Raúl, junto a sus dos compañeros de viaje, guatemaltecos, pretendía abordar en su travesía trasatlántica inaugural el navío Ile de France, pero una huelga obrera los obligó a recorrer las costas de Italia y tomar en el puerto de Génova el buque de carga y pasajeros Andrea Gritti (…)

Raúl ha relatado que en el largo viaje de regreso a Cuba llegaron a La Guaira y con el último dinero que poseía, decidió tomar por el viejo camino de los españoles hasta Caracas, con el solo propósito de reverenciar como lo hiciera Martí ante su estatua en marzo de 1881, al libertador Simón Bolívar, mentor y artífice de la emancipación de cinco naciones y del ideario de unidad continental.

En La Habana una lápida colocada en la puerta del muelle de San Francisco, hoy Sierra Maestra, nos recuerda el regreso de Raúl a Cuba ese 6 de junio de 1953 a bordo del Andrea Gritti. Junto al Comandante de la Revolución Juan Almeida y por su iniciativa, señalamos el lugar donde lo detuvieron y luego lo apresaron al ser identificado por el Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC).

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La historia le ha llevado, por derecho propio, a suceder al más importante pensador político y al cubano que después del Apóstol José Martí conoció con más profundidad el contexto global y las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.

Con Fidel ha compartido la insurgencia y la victoria. Fue, junto a él, fundador del Partido Comunista de Cuba, clave para el entendimiento de una sociedad que ha requerido, requiere y requerirá de la unidad monolítica para subsistir. Pero lo ha concebido como un partido de la nación abierto al diálogo, atento a la realidad que palpita en el corazón del pueblo.

No teme al futuro. Cada uno de sus cumpleaños, cada 3 de junio, planta un árbol en el jardín que suele recorrer en sus escasos momentos de ocio.

Al depositar en un monolito de piedra la urna contentiva de las cenizas de Vilma, las besó con devoción sincera. Un poco atrevidamente le comenté sobre lo que de modo inevitable sucedería después de ese instante: «General Presidente, usted será ahora más amado y menos temido».

* Escritor y ensayista cubano. Historiador de La Habana.

(Publicado originalmente en el diario Granma)

 



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