Por: Luis Manuel Arce Isaac/PL
Hay varias curiosidades específicas en la toma de posesión del presidente electo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, quizás la primera de ellas es que la mayor parte de sus conciudadanos lo tutea con el sobrenombre de Amlo, iniciales de sus nombres y apellidos.
Otra es que se proyecta como el candidato presidencial más votado con un caudal que se acerca a los 30 millones de sufragios, con el agregado de que logró la mayoría absoluta en las dos cámaras y el control de los gobiernos estaduales.
López Obrador pone fin al enorme complejo de Los Pinos como la residencia presidencial y la entrega al público para convertirla desde el mismo día de su investidura en lugar de historia y esparcimiento que la gente podrá visitar de forma gratuita casi todos los días de la semana.
Con su victoria, el tabasqueño, como también le dicen por su lugar de nacimiento, ha declarado el fin de la tercera transformación y el inicio con su gobierno de la cuarta, por lo cual su programa de gobierno, complejo, de difícil ejecución, busca horizontes nuevos en temas escabrosos como la economía, la educación, la salud, y las finanzas, pero en especial en temas sociales como la lucha contra la corrupción y la violencia.
Las tres transformaciones anteriores están relacionadas con la independencia de España en 1810, la reforma a partir de mediados del siglo XIX y la Revolución de 1910. Aunque con un México muy moderno e industrializado, y en especial informatizado, la cuarta transformación que el nuevo mandatario pretende instaurar desde mañana mismo, no deja atrás la historia y renueva el pensamiento político e ideológico de sus héroes.
Esa cuarta transformación, según el mandatario, requerirá de una constitución moral basada en el criterio de que lo que completa el éxito político y lo hace perdurable son las transformaciones éticas que se deben reflejar en la conciencia de las personas.
Otra curiosidad es que, por vez primera, México no tendrá una primera dama, pues su esposa, Beatriz Gutiérrez Muller, renunció a esa tradición y ocupará un cargo cultural honorífico, ya que prefiere seguir como profesora universitaria y escritora.
Quizás no tan curioso, pero sí muy riesgoso, López Obrador es un líder político de mentalidad tan abierta y de tanta convicción en sus objetivos que no teme airear ideas tales como que va a ser el mejor presidente que ha tenido México, que acabará con la violencia.
Asimismo, que los éxitos en la batalla contra la corrupción le permitirá al país llegar al anhelado crecimiento de 4,0 por ciento del Producto Interno Bruto y soltar las amarras a una progresión que a duras penas alcanza el 2,0 por ciento desde hace varios períodos.
En esa misma cuerda, asegura que con su arribo al gobierno México deja atrás el período neoliberal y se abre hacia una nueva política en materia económica, en la que no va a gobernar solo para los mercados, ni habrá macrodesequilibrios, ni aumentará la deuda pública en términos reales.
Otro hecho que se suma a las características sui géneris del mandato que comienza este 1 de diciembre, es el de la crisis migratoria centroamericana que hereda, la cual agudiza las tensiones con su poderoso vecino del norte, que insiste en erigir un enorme muro fronterizo como si con ello se pudieran contener las causas que originan ese dramático suceso.
Frente a ello propone un gran plan de inversiones conjuntas con Estados Unidos en Honduras, El Salvador y Guatemala, que apenas está en sus prolegómenos y sobre el cual el presidente Donald Trump no se ha pronunciado.