Por: Ciro Bianchi Ross
La Habana, 10 en (RHC) Antes de construirse el Malecón, los arrecifes, verdaderos basureros, aparecían cubiertos de toda suerte de inmundicias mientras que el viajero que venía por mar veía, al entrar en la bahía, el feo y deprimente espectáculo de los fondos y los patios de las casas de la calle San Lázaro.
Con el Malecón, la ciudad ofreció muy pronto, a su entrada, un amplio semicírculo bordeado de nuevos edificios y aseguró a toda hora, pero especialmente por las noches, un paraje dotado de singular hermosura.
Esa avenida se construyó por tramos y aunque cada uno de ellos tiene su nombre, los cubanos la han conocido siempre por el nombre genérico de Malecón.
El primer tramo se extendió desde el extremo del Paseo del Prado hasta el parque Maceo. Se le dio a esta vía, primeramente, el nombre de Avenida del Golfo. Con posterioridad, y de manera sucesiva, este tramo recibió los nombres de Avenida de la República, en 1902, Avenida del General Antonio Maceo, en 1908 y en 1909 Avenida Antonio Maceo, que es su nombre oficial actual.
A partir de 1921 el Malecón se extendería hasta el lugar que ocupa el monumento al Maine, a un costado del Hotel Nacional. Se denominó ese tramo Avenida Washington.
A partir de 1930, Carlos Miguel de Céspedes, ministro de Obras Públicas del presidente Machado a quien apodaron El Dinámico por el ritmo que supo imprimir a las construcciones, lleva el Malecón hasta la calle G o Avenida de los Presidentes. Se dio a este tramo el nombre de Pi Margall, en homenaje al político republicano español que tanto simpatizó con la independencia de Cuba.
Desde 1950, con los gobiernos de Prío y Batista, el Malecón se extendió hasta lo que se considera su término natural, esto es, en las inmediaciones del castillo de La Chorrera, junto a la desembocadura del río Almendares. Este tramo recibió el nombre de Avenida Aguilera. Mide en total unos ocho kilómetros.
Pero el Malecón no solo creció hacia el oeste. También se extendió en sentido contrario, desde Prado hasta el comienzo de los muelles, donde se hallaba la vieja Capitanía del Puerto, que desaparece entonces.
Ese tramo se inició en 1927 y fue obra también de Carlos Miguel. Carece de la belleza del mar abierto que regalan los tramos restantes, pero tiene el encanto de la vegetación y su amplitud que permite que a su vera se extienda el parque Luz Caballero, y donde encuentra cabida el Anfiteatro Municipal, bello auditorio al aire libre de estilo griego. Este tramo lleva el nombre del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes.
Veamos ahora algunas curiosidades del Malecón.
Cuando ocurre un ras de mar es por la calle Galiano donde primer penetra el agua debido a un desnivel bastante profundo que existe en dicho lugar. Sin embargo, cuando el ciclón del 26, el agua llegó, por Prado, hasta la calle Colón. Y cuando el ciclón del 19, llegó, por Campanario, hasta la calle Ánimas, con la alarma consiguiente de los vecinos.
De los cuadrados que tiene el Malecón, el comprendido entre las calles San Nicolás y Manrique es por donde más fuerte baten las olas a causa de lo bajo del muro y del pequeño espacio que ocupan los arrecifes. El muro del Malecón que empieza en la calle Lealtad es más bajo que el resto.
En Prado y San Nicolás vivió el cronista Enrique Fontanills, aquel que, si la ocasión lo merecía, remataba sus notas para el Diario de la Marina con un rotundo “asistiré” que atraía sobre el suceso la atención de los lectores. En la esquina de Perseverancia residió hasta su muerte, en 1956, el coronel Cosme de la Torriente, excanciller en tiempos de Menocal, y presidente de la Sociedad de Amigos de la República (SAR) desde donde condujo, a nombre de la oposición política, el llamado Diálogo Cívico con personeros de la tiranía batistiana. En la esquina de Lealtad se alzaba la casa de Octavio Averoff, ministro de Machado y rector de la Universidad de La Habana, “visitada” por el pueblo y saqueada a la caída de la tiranía. En el número 605 radicaba doña Regla Socarrás, capitana del Ejército Libertador y madre del presidente Carlos Prío. El mandatario llamaba a esa morada “la casa de mamá”.
¿Y la glorieta del Malecón que tantos buenos momentos propició a nuestros a abuelos? En aquella pequeña glorieta de cemento, de discreto estilo griego, se situaba la banda municipal para ofrecer conciertos varias veces a la semana. Pero aquel lugar, que se convirtió en uno de los más concurridos de la ciudad, fue demolido en mayo de 1927. No quedó otro remedio cuando el Malecón empezó a extenderse hacia el puerto.
Frente a ella se alzaba el hotel Miramar. Pero se descomercializó y dejó de funcionar como establecimiento hotelero. El edificio fue demolido y en el espacio que ocupó, junto con el del primitivo Centro Vasco, se edificó el lujoso hotel Paseo del Prado. (Fuente: Cubadebate)