Por Pedro Martínez Pírez
En estos días de abril, cuando la pandemia del nuevo coronavirus, me obliga a estar en casa, vienen a mi memoria varios hechos relacionados con el 16 de abril, cuando en Cuba celebramos el Día del Miliciano y también la proclamación, por Fidel Castro, del carácter socialista de la Revolución Cubana.
Recuerdo que ingresé en las primeras milicias que se organizaron en Cuba, que fueron las Universitarias, en 1959 en mi ciudad natal, Santa Clara, pues trabajaba por el día y cursaba estudios por la noche en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, cuyo Rector de entonces, Mariano Rodríguez Solveira, era mi profesor de Derecho Civil.
No pude concluir la Licenciatura en la Carrera de Ciencias Comerciales, donde terminé solamente los tres primeros semestres, porque a Rodríguez Solveira lo nombraron Embajador en Ecuador, y él me pidió que lo acompañara como su Secretario.
Nos habíamos conocido en la Sección de lo Civil de la Audiencia de Las Villas, donde yo laboraba como Escribiente, y él acudía con frecuencia a ejercer como abogado. Laborando allí conocí también a quien después sería Presidente de la República de Cuba, el doctor Osvaldo Dorticós Torrado.
Vine a La Habana a pasar un curso en la Dirección de Asuntos Latinoamericanos de la Cancillería cubana, dirigida por el abogado Miguel Ángel Duque de Estrada, nieto del patriota del mismo nombre a quien José Martí le encomendó la tarea de traer a su amigo Juan Gualberto Gómez, en un tabaco, la orden de alzamiento contra la dominación colonial española en 1895.
Fueron varios meses de aprendizaje de los elementos indispensables para ejercer un cargo en el Servicio Exterior cubano, luego de siete años de dictadura que contaminó, salvo contadas excepciones, al Cuerpo Diplomático. Fue el Canciller Raúl Roa García, quien asumió el cargo después de que en Cuba la llamada Secretaria de Estado se transformó en el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Recuerdo que la Jefa de Personal de la época en la Cancillería cubana era Margot Machado Padrón, la madre del mártir de la Revolución Julio Pino Machado. Ella fue quien me entregó mi nombramiento como Auxiliar de Tercera Clase del Servicio Exterior de Cuba, grado con el cual me inicié en la diplomacia cubana.
Concluido el curso para calificarme como “diplomático a la carrera”, viajé a Quito por la vía más económica y con solamente diez dólares en los bolsillos. Cubana de Aviación me llevó a la ciudad de Miami, pues en 1960 todavía teníamos relaciones diplomáticas con el gobierno de los Estados Unidos.
De allí viajaría a Quito por Ecuatoriana de Aviación, pero la combinación aérea demoraba varias horas. Yo no conocía la ciudad de Miami ni hablaba inglés, pero los funcionarios de Inmigración del aeropuerto me advirtieron que no podía salir de la Terminal Aérea porque yo podría ser “uno de los tantos espías rusos que estaban ingresando en América del Sur con pasaporte diplomático cubano”.
Tenía entonces 23 años de edad. Era rubio y tenía ojos azules, lo cual tal vez disparó las alarmas de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos.
Llegué a Quito, la capital ecuatoriana, que entonces tenía apenas 400 mil habitantes. Me alojé en varias casas de huéspedes, y conocí a destacadas personalidades. El presidente de Ecuador era entonces Camilo Ponce, pero José María Velasco Ibarra había ganado las elecciones y tomó posesión de su cargo en agosto de 1960.
A la toma de posesión del Presidente Velasco Ibarra asistió una delegación de Cuba, integrada por el Ministro de Economía, Regino Boti León, el Alcalde de La Habana, José Llanusa Gobel, y el Jefe del Estado Mayor de la Marina de Guerra, Capitán de Fragata, Juan Manuel Castiñeiras.
Los dos últimos asistieron al bautizo del niño ecuatoriano Fidel Nieves Navarro, hijo de un matrimonio humilde formado por Virgilio y María Enriqueta, ceremonia que efectuamos el 2 de septiembre de 1960, en la sede de nuestra Embajada en Quito, con la presencia del embajador Rodríguez Solveira y algunos amigos de Cuba. Los padres de Fidelito, Virgilio Nieves y María Enriqueta Navarro, habían escrito a Fidel Castro, entonces Primer Ministro de Cuba, pidiéndole que fuera el padrino de su pequeño hijo. Y Celia Sánchez Manduley, asistente de Fidel, no solamente tramitó la solicitud del matrimonio ecuatoriano, sino que algunos meses después y a través de la Cancillería cubana, envió al ahijado de Fidel un jarrito con la firma del Comandante que tuve el honor de entregar en un acto público en Quito a María Enriqueta, quien al recibir tan valioso presente, sostenía en brazos a su hijo Fidelito.
Meses después, ya en 1961, el imperio lanzó a sus mercenarios a la agresión por Playa Girón. En ese mes de abril ya el embajador Rodríguez Solveira había regresado a Cuba y era yo el Encargado de Negocios de Cuba. En tal carácter fui recibido en esos días por el Presidente Velasco Ibarra, quien me expresó la solidaridad del gobierno ecuatoriano ante la flagrante violación de los principios del Derecho Internacional cometida por Washington.
En esos días se personaron en la Embajada cubana varias personalidades ecuatorianas, entre ellas el pintor Oswaldo Guayasamín, quien patentizó su repudio a la agresión imperialista y me pidió viajar por primera ocasión a Cuba, y pintar al Comandante Fidel Castro.
Informé a la Cancillería cubana la solicitud del gran artista ecuatoriano, y Giraldo Mazola Collazo, director entonces del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, coordinó con Celia Sánchez que Fidel posara para el pintor en la sede del ICAP, lo cual ocurrió la noche del sábado 6 de mayo de 1961.
Recuerdo haber oído en la Embajada cubana en Quito la histórica intervención de Fidel Castro el 16 de abril de 1961, cuando al despedir el duelo por las primeras víctimas provocadas por la agresión imperialista mediante el ataque a tres aeropuertos cubanos, el Comandante proclamó el carácter socialista de la Revolución y anunció la existencia de una planta de radio que dos semanas después se identificaría como Radio Habana Cuba.
Transcurrió el tiempo. De la diplomacia pasé en 1966 a ejercer el periodismo, y el 16 de abril de 1987, Día del Miliciano, luego de laborar un año como profesor de Periodismo en Angola, entre otras tareas, tuve el honor de recibir de manos del entonces Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Comandante Raúl Castro Ruz, la réplica del Machete de Máximo Gómez, en una hermosa ceremonia efectuada en el Foso de los Laureles de la Fortaleza San Carlos de la Cabaña.
Ese machete fue descubierto no hace mucho por uno de mis ocho nietos, Carlos Manuel Bastidas Martínez, quien curioseaba en la pequeña oficina del apartamento donde resido, entre centenares de libros que suelo consultar, y esta computadora desde la cual escribo estos recuerdos, y él me pidió llevárselo a su casa, como un trofeo, y allí está, en la barriada de Santos Suarez, bajo el cuidado de este joven de doce años de edad, uno de los Pinos Nuevos de la Cuba Revolucionaria.
Con él, pero a la distancia aconsejada por el coronavirus, celebraré este 16 de abril el Día del Miliciano y el aniversario 59 de la proclamación por Fidel Castro del carácter socialista de la Revolución Cubana.