Más allá de Minneápolis

Editado por Bárbara Gómez
2020-06-03 21:09:04

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Foto:Jonathan Bachman.REUTERS.

Hace ya más de dos meses, cuando aumentaban para Cuba los efectos de la pandemia de la COVID-19 y todavía en Estados Unidos no se imaginaban las cifras de hoy, escribí en mi muro de Facebook: «Miles de estadounidenses hubiesen podido dormir esta noche con un respirador artificial. No lo tendrán. Su gobierno prefirió usar ese dinero para financiar la subversión en Cuba en los últimos años».

Cuando alguien puso un comentario cuestionando lo que había escrito, respondí: «Como cubano no puedo ver a Estados Unidos de otra manera que no sea a través de su relación con mi propio país».

En estos días chateaba con un amigo sobre el asesinato de un hombre negro por un policía en Minneápolis, y las violentas manifestaciones de protesta que el hecho provoca en varias ciudades. La imagen del policía blanco con la mano en su bolsillo, en actitud soberbia y con la rodilla sobre el cuello del detenido, acostado y esposado en el suelo, mientras sabía que era grabado por los celulares de los transeúntes, no deja de ser simbólica de la actitud de Estados Unidos hacia gran parte del mundo.

El sentido del hecho en sí mismo va mucho más allá de un acto local de brutalidad policial, más allá de un crimen racial y de sus raíces históricas dentro de la sociedad de ese país. Está conectado con la violencia y la visión de superioridad que dominan la mentalidad de esa nación.

Estados Unidos vivió en 1999 el primer tiroteo masivo, realizado por estudiantes en una escuela, ocurrido en Columbine, Colorado. Los análisis en los medios de comunicación para intentar comprender la masacre, consistieron en decir que los adolescentes que la cometieron escuchaban música rock, jugaban videojuegos violentos o veían contenidos inadecuados en internet.

Una visión que intentaba ser más abarcadora señaló la venta masiva de armas y la facilidad para adquirirlas; un enfoque que predominó en la opinión pública cada vez que ocurrió, posteriormente, un hecho similar.

Pero el documentalista Michael Moore fue más allá, y en su película Bowling for Columbine expuso orígenes más profundos. Entrevistó a la estrella de rock Marilyn Manson, cuya música fuera señalada, superficialmente, como una de las supuestas influencias que llevaron a dos jóvenes a asaltar su escuela y matar a 13 personas. El músico dijo: «Han olvidado que el Presidente lanza bombas en otros países. (…) ¿Quién es más influyente: ¿El Presidente o Marilyn Manson? Me gustaría pensar que soy yo, pero pienso que es el Presidente».

A la pregunta del entrevistador sobre si sabía que, el día de la masacre, Estados Unidos lanzó la mayor cantidad de bombas sobre Kosovo que en cualquier otro día de esa guerra, el músico respondió: «Sí, lo sabía, y me resulta irónico que nadie diga que tal vez el Presidente tenga influencia en el comportamiento».

La visión de Marilyn Manson era correcta, en tanto el Presidente de ese país es el principal rostro visible del sistema.

No obstante, independiente del nombre en el cargo –incluso cuando hubo un mandatario de raza negra en la Casa Blanca, o estuvo cerca la posibilidad de que fuera una mujer– el sistema sigue estando ahí, y su naturaleza imperialista también.

El cineasta Oliver Stone eligió, para abrir cada uno de los capítulos de su serie de documentales La historia no contada de los Estados Unidos, un fragmento de un discurso de Martin Luther King Jr. menos conocido que el célebre Yo tengo un sueño, de 1963. Fue pronunciado en 1967, en la iglesia Riverside de Nueva York. El mismo lugar en el que Fidel ofreció a los jóvenes estadounidenses negros estudiar en la Escuela Latinoamericana de Medicina.

Se conoce como Más allá de Vietnam, y representa una declaración de la toma de conciencia de una visión superior del luchador por los derechos civiles en su país, que llevó a su asesinato un año después: «He andado entre los desesperados, los rechazados y los furiosos jóvenes. Les he dicho que los cocteles molotov y los rifles no solucionarían sus problemas. Pero ellos preguntaron, y con razón: ¿Y Vietnam? (…) Una nación que continúa año tras año gastando más dinero en armamento militar que en bienestar social se acerca a su muerte espiritual (…) Preguntan si nuestra nación no estará usando grandes dosis de violencia para resolver sus problemas, para producir (en otros países) los cambios que desea. Sus preguntas tenían sentido y supe que nunca más podría levantar mi voz contra la violencia de los oprimidos en los guetos, sin haber hablado antes, claramente, al mayor generador de violencia en el mundo: mi propio gobierno». (Tomado de diario Granma).



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