A Leal nada lo detuvo. Fue al detalle para rescatar, en estos tiempos,
el valor de la historia y la cultura. Foto: IPS
Por Jorge Luna
El historiador cubano Eusebio Leal cumpliría hoy 78 años de edad, un cumpleaños que en 1973 coincidió con el golpe de Estado en Chile, en 2001 con la destrucción de las Torres Gemelas en Estados Unidos y, ahora, con la pandemia Covid-19 en todo el mundo.
Son fechas negativas para un hombre sensible, solidario y de pensamiento positivo, que falleció hace mes y medio. Pero, pese a todo, creo que su onomástico actual hubiera sido uno de los más felices de una vida de tanta lucha, trabajo, estudio, amor y dedicación a Cuba.
Más allá de cualquier homenaje oficial o diplomático o felicitación de familiares y amigos, Leal seguramente estaría recorriendo ahora mismo el Centro Histórico de La Habana, ese escenario tan suyo, saludando a los vecinos, indagando por sus problemas y tomando nota de sus quejas.
Como todos los días, caminaría por sus calles y bulevares, lo mismo vestido con su típico conjunto gris de trabajo, su blanca guayabera para entrevistas con personalidades o su traje oscuro, con una misteriosa perla en la corbata, en ocasiones formales.
Seguido por la mirada y el saludo de decenas de transeúntes, andaría velando por la belleza de la capital cubana que cumple ya 501 años y, sobre todo, cuidándola, evitando su deterioro.
Modesto en extremo, siempre le costaba reconocerse como el autor principal de una obra de restauración y conservación monumental, reconocida por la Unesco. En todo momento, subrayó el apoyo decisivo de los líderes cubanos Fidel y Raúl Castro y el de numerosos colaboradores y trabajadores.
Sería feliz hoy en la Plaza de la Catedral, en el Malecón Habanero, en la Basílica Menor, en la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña y en tantos rincones y parques de La Habana, con sus estatuas y monumentos, y sus bulliciosos pasajes llenos de caminantes y de vida.
Seguro se detendría un buen rato en su obra mayor, el Capitolio Nacional de Cuba, donde por decisión gubernamental reposarán sus restos tras un acto fúnebre oficial y popular apenas la pandemia permita la aglomeración de miles de sus admiradores.
El edificio abarca dos manzanas con enormes superficies de varios tipos de mármol, numerosos patios y jardines, estatuas y columnas de granito y bronce, elegantes salones (como el de los Pasos Perdidos, el José Martí o el Simón Bolívar), además de una escalinata principal de 55 peldaños.
Varias salas didácticas, con la más moderna tecnología, están dedicadas a los símbolos patrios.
En un espacio privilegiado, se yergue la Estatua de la República, también conocida como la Estatua de La Patria o de La Libertad, considerada la tercera más alta bajo techo del mundo (17 metros de altura y 49 toneladas de peso).
Asimismo, en la Tumba del Mambí Desconocido descansan los restos de un luchador por la independencia de Cuba, que representa los primeros esfuerzos por crear una nación libre y soberana. Allí hay una galería de los grandes generales y padres de la libertad de Cuba.
Entre otros atractivos del Capitolio figura un Brillante, que marca el kilómetro Cero de todas las carreteras de Cuba.
Preceden la entrada dos enormes estatuas de bronce: una figura femenina simboliza 'La Virtud Tutelar' y una masculina, 'El trabajo', obras del artista italiano Ángelo Zanelli.
Fuentes de la Oficina del Historiador aseguran que en la construcción del Capitolio, inaugurado hace 91 años, se emplearon cinco millones de ladrillos, 40 mil metros cúbicos de arena, igual cantidad de piedra, y 150 mil toneladas de acero.
Con 12 elevadores, el Capitolio atesora decenas de lámparas y candelabros, cuadros, muebles de maderas preciosas, vajillas, cristalería y otros objetos de valor histórico.
En cada extremo, cuenta con estructuras semicirculares y, en el centro, una cúpula dorada con 92 metros de altura, cuya linterna puede verse, de día y de noche, desde muchos lugares de La Habana.
Es el punto más alto de la capital, después del Monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución, y también la quinta en el mundo entre las del Renacimiento. De hecho, es cuatro metros más alta que la del Capitolio de Washington D.C., sede del gobierno de Estados Unidos.
Eusebio Leal describió la linterna como 'símbolo de una esperanza; una luz que permitiera a los cubanos no extraviar el camino' y agregó además que el Capitolio, que ya es su hogar, significa: 'La unidad de la nación cubana. Solo así existió, existe y existirá un ente que se llama Cuba'.
El historiador, que ostenta decenas de premios, reconocimientos y títulos nacionales e internacionales, logró restaurar el Capitolio contra viento y marea, pese a obstáculos materiales y criterios opuestos a emprender el colosal desafío en medio del recrudecimiento de las agresiones de Estados Unidos contra Cuba.
Nada lo detuvo. Fue al detalle, para rescatar, en estos tiempos, el valor de la historia y la cultura. (Tomado de PL)