por Graziella Pogolotti
Todos, aun los menos apegados al estudio, esperaban con impaciencia la hora de regresar a las aulas. La escuela, después del vínculo primario establecido por la familia, constituye el espacio primordial de aprendizaje de la socialización entre los seres humanos. Es lugar de encuentro intergeneracional y entre coetáneos, donde se comparte la relación con el maestro y la que se desarrolla en el juego, entre las actividades comunes y en la iniciación a la solidaridad fundamental derivada de la ayuda mutua.
Las medidas de aislamiento impuestas para contrarrestar el avance de la pandemia mostraron la necesidad de todos respecto al mantenimiento de un intercambio personal, más cercano y tangible que la interconexión por vía digital.
La sensación de soledad introdujo angustia y desasosiego, que generaron en muchos la exigencia de apelar a la ayuda sicológica. El vacío provocado por la incomunicación, una de las lecciones aprendidas con la COVID-19, colocó en primer plano la existencia de un sitio reservado a la espiritualidad, reclamo inseparable de nuestro proyecto social que le concede la debida importancia a la educación y la cultura. Estos factores de cohesión entre los seres humanos, concebidos en el contexto de nuestra estrategia de desarrollo económico, resultan insoslayables inversiones a mediano y largo plazos y ambos están sujetos a un proceso de permanente perfeccionamiento.
Maestro ha sido un término escrito tradicionalmente con mayúscula. Además de transmitir conocimientos, quien enseña conduce a sus discípulos por los caminos de la vida. El filósofo Aristóteles fue escogido para formar a Alejandro Magno. Pero, sobre todo, José Martí conquistó ese apelativo con una prédica sustentada en una percepción profunda de las inquietudes de sus interlocutores. En la preparación de la Guerra Necesaria sembró valores que perduraron, paradigmas con vistas a la República que habría de nacer, presididos por el llamado a la utilidad de la virtud, visión rayana en la herejía en una sociedad dominada por el mercantilismo y en una noción de la competitividad que incitaba a la lucha de todos contra todos.
Para garantizar el cabal desempeño de la responsabilidad que le corresponde, el maestro debe recuperar autoridad en la comunidad, como consejero de los padres, nunca como mero productor de evaluaciones más o menos satisfactorias. Tendrá que lograrlo mediante una superación permanente, dirigida no solo a asegurar habilidades metodológicas, sino también a la profundización en el conocimiento de las disciplinas fundamentales y en el dominio de la sicología de niños y adolescentes. Logrará entonces cumplir su cometido de guía capaz de estimular el despertar de vocaciones en las nuevas generaciones. El pleno cumplimiento de una estrategia de desarrollo integral del país requiere la emergencia de una fuerza laboral cada vez más calificada, dotada de un sentido del trabajo en tanto forma de realización personal, nunca limitada a la consecución de una remuneración más ventajosa.
Ese espíritu ha estimulado durante años la formación de científicos de alta calificación que están demostrando en la actualidad el valor inestimable de su contribución social. Alentados por esas perspectivas, los jóvenes descubrirán la posibilidad concreta de edificar proyectos de vida, garantía de arraigo en el ámbito de la localidad y de conquistar espacio de reconocimiento en el plano nacional. La pandemia ha demostrado la disposición común a comprometerse en el enfrentamiento a una amenaza. Sin caer en tentaciones paternalistas, hay que concederles vías de acción y voz en la nueva normalidad.
Los efectos sicológicos del confinamiento requerido para contrarrestar la propagación de la enfermedad revelan la demanda subyacente de vida espiritual, insatisfecha con la recepción pasiva de los mensajes transmitidos por los medios de comunicación. Esa necesidad sustantiva de la existencia humana encuentra salida primaria en el tejido de alianzas grupales construido a través de las redes sociales, respuesta limitada a la demanda de encuentro y diálogo, de reconocimiento de sí y de descubrimiento del otro.
Apenas entreabiertas las puertas con la cautela debida y la protección necesaria, los jóvenes han salido a las calles en procura de lugares propicios al diálogo. Esa demanda, formulada a veces de manera inconsciente, corresponde al ámbito de lo que acostumbramos llamar cultura, palabra derivada de cultivo, mucho más abarcadora en su alcance que la muy recomendable «recreación sana». Su amplio espectro institucional debe tender puentes entre el auspicio a la creación artística y el acceso mayoritario a los saberes depositados en el legado patrimonial, en las bibliotecas y museos, en las salas de conciertos abiertas a diversos públicos y habrá de permear, con su influencia, a los medios de comunicación.
Cultura y educación constituyen una inversión rentable en lo inmediato, así como a mediano y largo plazos. Casi simultáneamente, en los 60 del pasado siglo, se procedió a impulsar la Campaña de Alfabetización, se implementó la Reforma Universitaria y se fundaron centros de investigación científica cuando apenas disponíamos de bachilleres. El resultado de aquella audaz operación se ha traducido en contribución decisiva al progreso del país. Hay que seguir sembrando porque el porvenir toca a las puertas en cada amanecer. (Tomado de Juventud Rebelde)