Fidel y Nikita Jruschov en la Plaza Roja
por Noel Domínguez
Evitando añoranzas y salvando las peculiaridades de cada generación o época determinada, no puedo retrotraerme a los inicios en el Instituto Superior del Ministerio del Interior (ISMI) y recordar el Primero de Mayo de 1963.
Fue en 1963, después de dos años de trabajo, cuando decidieron enviarme a cursar mi primera escuela para completar los conocimientos teóricos de la especialidad y dejar de continuar trabajando empíricamente en un importante frente del Ministerio del Interior (Minint).
Con mis 21 años acabados de cumplir, me mandaron junto a casi 100 compañeros más de todo el país, a quienes solo conocíamos por un número identificativo, el mío era el 82, a un punto de concentración en Ceiba del Agua el día 15 de abril de 1963.
Y de allí partimos con rumbo desconocido. Sólo íbamos armados de nuestra disposición revolucionaria y el empeño manifestado, por voluntad propia en un juramento anterior, de cumplir cualquier tarea que la Revolución nos encomendase, donde quiera que esta fuese.
Así eran las medidas de clandestinidad y compartimentación en ese entonces y de esta forma ha sido también, como hasta nuestros días, en que sabe hacerlo el relevo juvenil que nos sustituye con la entereza de darlo todo por la patria y la Revolución.
Pasamos 10 rápidos días de marchas y preparación mínima militar en otro lugar, la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, en Arroyo Arenas, bien próximo, sólo lo supimos mucho después, a los emplazamientos de las brigadas soviéticas que custodiaban la instalación Radioelectrónica de «Lourdes».
Otro buen día, y sin el aviso previo que ya era común del procedimiento aplicado, volvimos a los vehículos que ahora sí demoraron más de 14 horas de tortuosa marcha hacia otro también desconocido destino.
Amanecimos tullidos y somnolientos ese Primero de Mayo en las inmediaciones del Campamento La Bayamesa y de ahí a Santo Domingo, en el hoy municipio de Bartolomé Masó, en la ahora provincia de Granma.
Portando sólo cantimploras con una ración de agua y una magra comida compuesta por una lata de leche condensada y un panqué, comenzamos el ascenso, solo con un práctico de guía, a la elevación más alta del país, el Pico Turquino, escenario de la gloriosa epopeya del Ejército Rebelde liderado por Fidel sólo siete años antes.
De esta manera transcurrieron sucesivamente Ocujal del Turquino, La Platica, el Alto del Naranjo, Aguada de Palma Mocha, el Campo de Joaquín y otros sitios de la inmensa serranía.
OTRO DESAFÍO
Cuando el agotamiento, la sed, el hambre y la fatiga llegaba al clímax después de cuatro horas de ininterrumpido escalamiento, surgió desafiante el mayor de los obstáculos físicos que la naturaleza imponía como último reto para aquel grupo de jóvenes imbuidos a hacer cualquier cosa para demostrar fidelidad, vocación y emprendimiento:
Era el Paso de Los Monos (hoy le dicen La Escalerita), estrecho y resbaladizo trillo, casi inmediato al último de los empinados y desafiantes picachos que anuncian la anhelada cúspide del Pico Cuba y el del Turquino, pegado al farallón.
Allí la voluptuosa naturaleza colocó a cientos de metros de distancia hacia abajo, las últimas palmas de la copiosa vegetación que casi parecían insignificantes ramitas desde aquella inmensa altura.
Como casi todos, optamos por cruzarlo en la desenfadada y poco heroica posición de ir “a cuatro patas” y absteniéndonos de mirar, ni aunque sólo fuera de soslayo, el desfiladero que anunciaba que al menor desliz, terminarías de voltereta en voltereta hasta el lugar de partida, si no quedabas prendido de alguna palma o árbol como último testimonio de aquella voluntaria decisión, antes tomada sin pensarla dos veces.
El tesón se impuso a la fatiga y por qué no, hasta al miedo de terminar en el barranco, y fuimos llegando, cada cual como pudo, sin orden de marcha alguno, para desplomarnos literalmente hablando en el umbral del busto erigido a José Martí.
El padre de la heroína Celia Sánchez Manduley, doctor Manuel Sánchez Silveira, dirigió la expedición que allí lo colocó, llevando a su hija para filmar el acontecimiento junto a un grupo de audaces jóvenes que lo trasladó en andas y puso definitivamente, vigilante, desafiante y aleccionador, en el punto más alto de Cuba, al más grande de todos los cubanos.
Cuando los popularmente llamados «I4», nubecitas condensadas del frío rocío, comenzaron a hacer su mortificante trabajo de calar los huesos de humedad y aportar sensaciones como de agujas de alfiler penetrando la dermis y la epidermis, sin permitirte conciliar el reparador sueño, recordándote no dejar que la noche te sorprenda en el descenso, nos agruparon ante el jefe de ocasión.
Sacamos fuerzas de no sé dónde y en posición de firmes entonamos las gloriosas notas del Himno Nacional que allí sonó diferente, como augurando lo que después aconteció. Aquella Revolución que recién comenzaba, llegó para constituirse en el faro de los humildes y desarraigados, primero de América y después del descalabro del campo socialista, también del mundo entero.
ANTES DEL DESCENSO
Poco antes de iniciar el descenso ocurrió algo inesperado: uno de los numerizados del grupo, que mucho después al hacerse oficial operativo y posterior jefe dejara su vida en las primeras misiones internacionalistas del Minint en Angola, pudo hacer oír un radio portátil que llevaba consigo.
Y, ¿qué fue lo primero que escuchamos? Precisamente, aquella voz ronca y tan familiar del líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, que hablaba sin tregua.
Todos nos arremolinamos en torno al salvador equipo transmisor postergando el necesario descenso, pensando que por la fecha y la hora, él hacia su discurso desde la Plaza de la Revolución, en la capital de La Habana.
Pero cuál no fue nuestra sorpresa al apreciar que de intervalo a intervalo, un intérprete devolvía al auditorio sus frases e ideas en un extraño idioma que en aquellos momentos casi nadie dominaba. ¡Fidel Castro estaba hablando, por vez primera, desde la Plaza Roja de Moscú, en la Unión Soviética! aquel Primero de Mayo de 1963, día del proletariado mundial.
Efectivamente, al lado del entonces primer ministro de la URSS y gran amigo de Cuba Nikita Jruschov, y del ministro de Defensa, mariscal Rodión Malinovski, estaba allí, de boina verde olivo y traje de gala.
Y expresó: «Tengo una enorme impresión por el desfile y las manifestaciones de cariño y amistad sincera de los soviéticos hacia la Cuba Revolucionaria. ¡Viva personificación del internacionalismo proletario!».
Fidel prolongó aquella primera visita a la URSS por más de 30 días, recorriendo sus principales ciudades.
Por el huso horario, con diferencia de ocho horas, ya Raúl Castro, entonces comandante, vice primer ministro y segundo secretario del Partido, en aquella época denominado PURS (Partido Unido de la Revolución Socialista), había hecho el discurso por él en Cuba:
«Realmente con este sol cubano del mediodía, al único que estamos acostumbrados a oírle un discurso es a Fidel… El homenaje que la URSS le está ofreciendo al Comandante en Jefe es una ayuda moral a nuestra patria».
Aquel curso se graduó en febrero del año siguiente; nadie desertó, ni antes ni durante ni después.
De allí surgieron hombres valiosos para la institución en todo el país como los Molina, Imeldo, Smith, Clivillé y otros muchos que habíamos sido antecedidos por el primer curso, de los oficialmente impartidos, integrado por Jóvenes Rebeldes denominados «Cinco Picos».
Ese nombre aludía a los iniciadores, quienes tuvieron que sacrificarse más, ¡con cinco ascensos al Turquino! De allí provenían los también apreciados y meritorios combatientes conocidos entonces familiarmente por sus motes de Julio «El Guajiro», «El Negro» Adán, «Jicotea» Becerra, «Miqimbo» Varona y otros muchos precursores más.
Termino estos recuerdos de retroalimentación, y veo en los jóvenes del ISMI y también en los del Politécnico Hermanos Martínez Tamayo, la misma disposición del deber para con la patria y nuestra amada institución, que aquella esgrimida por los fundadores.(Tomado de PL)