por
Graziella Pogolotti
Porque me siento parte del gremio, el Día de la Prensa Cubana ha despertado en mí una tormenta de ideas. En mi primera juventud sentí el impulso de dos vocaciones compartidas, la del magisterio y la del periodismo. Los apremios del acontecer histórico definieron mi camino.
Con el triunfo de la Revolución, la educación había de ser una prioridad. Me entregué de lleno a las tareas emanadas de la Reforma Universitaria que absorbieron las horas del día y parte de la noche. Sin embargo, no renuncié del todo a mi otra pasión y ejercí la crítica en las publicaciones culturales. Ahora mismo, a pesar de los obstáculos que interponen la edad, la salud y otros problemas objetivos, siento el deseo de volver a cabalgar sobre Rocinante. En los días que corren, el logro de un periodismo atemperado a nuestras necesidades constituye una prioridad insoslayable, para lo cual no valen los recetarios.
Como en todo, para determinar el qué somos, tenemos que aprender del ayer y proyectarnos hacia un mañana posible. Y, en más de un sentido, podemos estar orgullosos de nuestro pasado, iluminado por la presencia y la acción de José Martí. Somos herederos de Patria, pero no solo de ese órgano destinado a orientar la gran empresa libertaria.
En La Edad de Oro se proyectaba una visión estratégica del porvenir a través de la formación de la conciencia de los hombres y las mujeres emancipados de la tutela del coloniaje, convencidos del destino común de los pueblos de nuestra América y capaces de edificar una modernidad a nuestra medida.
Transcurrido más de un siglo desde entonces, en un mundo amenazado por el exterminio, algunos de aquellos conceptos conservan plena vigencia; los textos, lejos de aburrir, cautivan al lector, su interlocutor explícito.
La Edad de Oro se conoce hoy en sus números recogidos en forma de libro. Este formato viabiliza el análisis de las pautas comunicativas que presidieron la estrategia concebida por José Martí. Las páginas iniciales evocan los perfiles humanos de los héroes que protagonizaron la arrancada independentista desde el Río Bravo hasta el cono sur.
Con características diferentes, coincidieron en la voluntad de sentar las bases de lo que hoy, siguiendo también a Martí, llamamos Nuestra América.
El futuro ciudadano de nuestro mundo debía conocer, asimismo, los rumbos del planeta en la técnica, en las tradiciones de los diversos pueblos y en la cultura. Por eso, recorre la Exposición Universal de París, organizada en ocasión del primer centenario de la Revolución Francesa. Sin deslumbrarse por ello reconoce el valor de las conquistas realizadas por la humanidad en este terreno.
Condición premonitoria de lo que hoy denominamos Tercer Mundo y de un país que se situaría en la vanguardia de la lucha por la emancipación, se detiene reverente ante la tierra de los anamitas. La poesía es también parte de la vida. En el ciudadano del futuro habrá de sembrar valores solidarios, socavar la vanidad de los privilegiados que los distancia del diferente por pobre o por negro.
Después de la caída en combate de José Martí, Enrique José Varona se hizo cargo de Patria. No era un hombre de armas y carecía del talento visionario de su predecesor. Hizo lo suyo. Le tocó padecer las frustraciones de los independentistas por la intervención norteamericana, contemplar el desarrollo del entreguismo y la corrupción, así como la instauración de la dictadura de Machado.
En esas circunstancias, el anciano frágil y de voz quebradiza supo abrir las puertas de su casa a los jóvenes revolucionarios de los años 30 y asumió con dignidad las consecuencias del acto. A su manera, había seguido haciendo patria a través de un periodismo reflexivo.
Entonces había surgido una generación intelectual decidida a romper con las costras del coloniaje. Bajo el impulso inicial de Rubén Martínez Villena se juntaron en el llamado Grupo Minorista. Decididos a tomar el cielo por asalto, comprendieron que tenían que utilizar los resquicios esbozados en su manifiesto inaugural.
Asumían una posición antimperialista, de recuperación de la tradición nacional. En ese contexto, definieron los rasgos de lo que habría de ser la modernidad para nosotros. Coincidían en esas búsquedas con lo más avanzado de América Latina, en especial con José Carlos Mariátegui, uno de sus interlocutores privilegiados.
Vanguardia artística y vanguardia política debían andar juntas. El enfrentamiento a la tiranía de Machado precipitó el estallido del Grupo. Pero habían dejado obra. Emprendieron el estudio de José Martí. Abrieron espacio a la poesía negra y reivindicaron el componente africano de nuestra cultura. Las huellas de su trabajo se encuentran en los periódicos de la época, en hojas clandestinas, en revistas de gran tirada como Carteles.
También en aquellas que fundaron, como Social y la Revista de Avance, cuyo último número, significativamente, está fechado el 30 de septiembre de 1930, día del asesinato de Rafael Trejo. (Tomado del diario Granma)