Por Lucilo Tejera Díaz
"...y en el noble tumulto una mujer de oratoria
vibrante, Ana Betancourt, anuncia que el
fuego de la libertad y el ansia de martirio no
calienta con más viveza el alma del hombre
que la de la mujer cubana."
José Martí
Mujer excepcional, Ana Betancourt Agramonte tuvo una vida intensa en favor de la causa independentista de Cuba, labor que la guió a descollar como patriota abnegada en el ámbito femenino de su época, razones por las cuales uno de los premios estatales en la nación caribeña lleva su nombre.
El 14 de diciembre de 1832 nació en la ciudad de Puerto Príncipe –hoy Camagüey- y tuvo la educación propia para las mujeres de su estirpe social en aquellos tiempos: música, bordados, tejidos, cocina y atenciones hogareñas.
La vida de Ana cambió a los 22 años de edad, cuando el 17 de agosto de 1854 contrajo matrimonio con el joven abogado principeño Ignacio Mora de la Pera, y comienza para ella una etapa rica de trabajo intelectual, pues amplía los conocimientos y ambos se adentran en la causa de la independencia de la Isla del colonialismo español.
El cuatro de noviembre de 1868, un mes después de la clarinada libertaria de Carlos Manuel de Céspedes en el oriente, los camagüeyanos secundan el movimiento armado y entre los 74 hombres que se van a la manigua redentora está Ignacio Mora.
Ana se quedó en la ciudad, muy activa y vinculada a la insurrección: recibía y transmitía mensajes al campo mambí, en su casa almacenó armas, hospedó a patriotas de otros lugares de Cuba y escribió proclamas.
Constantemente asediada por los colonialistas, el cuatro de diciembre de 1868 se fue al campo rebelde, a compartir los rigores de la guerra.
Su nombre subiría definitivamente al altar de la Patria cuando en abril del siguiente año se realizó en Guáimaro la Asamblea Constituyente que proclamó la primera carta magna del país y nació el gobierno de Cuba libre.
Ana solicitó a la Cámara de Representantes, a través de su amigo Ignacio Agramonte, que tan pronto como estuviese establecida la República, se concediese a las mujeres cubanas los derechos de que eran acreedoras.
No dejó su arenga para el formato oficial de una sesión legislativa, porque en uno de los mítines patrióticos en el Guáimaro insurrecto de aquellos gloriosos días, con una mesa como tribuna, Ana lanzó al mundo esta proclama:
“Ciudadanos: La mujer, en el rincón oscuro y tranquilo del hogar, esperaba paciente y resignada esta hora hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas.
“Ciudadanos: Aquí todo era esclavo: la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. ¡Llegó el momento de libertar a la mujer!.”
Impresionado, el presidente Céspedes le reconoció enseguida: “El historiador cubano al escribir sobre este día dirá como usted, adelantándose a su tiempo, pidió la emancipación de la mujer.”
En julio de 1871 es sorprendida junto a su esposo en la zona de Najasa por una fuerza enemiga.
Logra que él huya, pero ella, enferma, cae en manos de los colonialistas, quienes intentan reducir su espíritu de rebeldía con daños físicos y síquicos y conminándola a que le escribiera a Ignacio pidiéndole la rendición.
La respuesta fue como un latigazo: “Prefiero ser la viuda de un hombre de honor a ser la esposa de un hombre sin dignidad y mancillado.”
Dos meses la tuvieron a la intemperie para servir de cebo en la captura de su esposo y de sufrir un supuesto fusilamiento, hasta que logró evadirse.
Luego resulta deportada y viviendo en Nueva York, junto a Emilia Casanova —esposa de Cirilo Villaverde, y comprometida con el apoyo a Cuba libre desde la emigración—visitó al presidente norteamericano Ulises Grant para que intercediera a favor de los estudiantes de Medicina presos en noviembre de 1871 y fusilados en uno de los hechos más repudiables del colonialismo peninsular.
Estando en Kingston, Jamaica, conoce de la muerte de su conyuge a manos de una fuerza enemiga que lo baleó y macheteo en El Chorrillo de Najasa, pero no se abate por este dolor y a la par de seguir enfrascada en tareas patrióticas, se gana el sustento como obrera o maestra.
Tras el Pacto del Zanjón en 1878, regresa a Cuba y sigue en las actividades conspirativas. Es nuevamente deportada y acepta el ofrecimiento de una hermana para que resida con ella en Madrid.
Allí se dedicó a recopilar y transcribir el diario de campaña de su esposo, el coronel Ignacio Mora de la Pera, y mantuvo frecuente correspondencia con su sobrino Gonzalo de Quesada y otros patriotas cubanos.
Al terminar la guerra en la Isla se alista para regresar a su querida patria y en los preparativos una bronconeumonía fulminante le priva de la vida la tarde del siete de febrero de 1901.
Por gestiones de la revolucionaria Celia Sánchez Manduley, sus restos fueron repatriados en 1968 y depositados en el panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de la necrópolis Cristóbal Colón, en La Habana.
El 10 de abril de 1982, día del aniversario 113 del comienzo de la Asamblea Constituyente de Guáimaro, los restos Ana Betancourt de Mora fueron depositados definitivamente en el mausoleo erigido a su memoria en esa ciudad del este de Camagüey.
En su honor la Federación de Mujeres Cubanas creó un reconocimiento, pero desde 1979 fue elevado a Premio de Estado al instituirse la Orden al Mérito Ana Betancourt, otorgada a las mujeres que contribuyan de forma destacada a la defensa de los valores femeninos, revolucionarios, internacionalistas o en algún relevante trabajo.
(Tomado de la ACN)