La Habana, 24 ene (RHC) Lo normal es que el que recibe un Premio se sienta inmensamente gratificado por su labor, pero el caso que titula esta nota debe interpretarse de otra forma: La Unión de Periodistas de Cuba se honra por haberle otorgado el Premio de la Dignidad a Graziella Pogolotti. Eso acaba de ocurrir.
Conociéndola, sé que lo recibe con gusto y hasta creyendo que es demasiado, pero en este caso se equivoca. Basta leer cada semana sus artículos en los periódicos Juventud Rebelde y Granma, para saber que estamos ante una personalidad excepcional, en el mundo de las letras y como ser humano, expresa la destacada periodista Marta Rojas en una crónica que publica este viernes el diario Granma.
La educación de Graziella fue singular. De forma natural aprendió tres idiomas: el francés, el italiano y el español, que no tienen secretos para ella. Vivió con sus padres parte de su niñez, adolescencia y juventud en Cuba, donde aprendió nuestra lengua. La cultura es su alimento principal. Marcelo, el padre, junto a la madre, son los guías inigualables para una persona que no es común. Sé que no la hiero diciendo que fue preparada para enfrentar todas las dificultades posibles de una criatura de sobrada inteligencia y amor por la vida.
Esa fue la primera prueba de dignidad que salvó: su aprendizaje, amando lo que amamos todos los seres humanos. Su maestro fue su padre, que la llevaba a las grandes galerías de Europa y de Cuba cuando ya él había perdido la visión. Ella fue su Lazarillo. Le describía las pinturas y objetos que veía. Eso lo ha contado Graziella, con su sonrisa y su picardía al hablar.
Cuando regresó a París y estudió Literatura Francesa, ya tenía un aval de cultura extraordinaria; pero no le bastó. Necesitaba aún más para expresarse en todos los temas que veía o sentía, y al regreso estudió Periodismo en la Escuela Manuel Márquez Sterling. Ojalá algún domingo leamos sobre cuánto se aprende, cuánto ella aprendió conversando. Graziella sabrá que el Premio de la Dignidad es quizá uno de los más justos que ha recibido: en plena conciencia, con una lucidez de la cual no tengo que escribir ni una palabra. Ella está convencida de que es un deber «tratar de dejar un testimonio de la época compleja que estamos viviendo».
(Granma)